31 de octubre de 2025

Javier Milei y la arriesgada aventura del menemismo del siglo XXI

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Carlos Menem posó sus manos frágiles sobre las de Javier Milei, lo miró a los ojos y le dijo con el hilo de voz que le quedaba: “Vos vas a llegar. Tenés que ser presidente”. Corría 2019, la Argentina volvía a abrazarse al kirchnerismo y el viejo jefe peronista se apagaba en el olvido. Había pedido que le llevaran a su departamento de Belgrano a ese economista y panelista de televisión con pelos locos al que escuchó alabarlo como el mejor gobernante de la historia. Milei agradeció el cumplido: “No, Carlos. La política me aburre”.

Los testigos de aquel único encuentro entre Menem y Milei lo describen con detalles que solo se recuerdan en las novelas o en los libros religiosos. El anticipo de algo en apariencia imposible aporta un toque mítico irresistible. Pero despojada de la anécdota profética, la historia aporta pistas sobre el plan político que imagina este nuevo presidente al que no le gusta la política.

Entender cómo se construye la sustentación de un gobierno sin partido propio y en pavorosa minoría parlamentaria resulta casi tan relevante como analizar su programa económico. Milei se inspira en el faro riojano. En su carta de intención no escrita, apunta a construir el menemismo en el siglo XXI antes que plantearse ser la continuidad del macrismo, como se especuló en las horas posteriores al triunfo por 11 puntos en el balotaje del 22 de noviembre.

Es cierto que la política le resulta una distracción. Sus armadores –con Guillermo Francos a la cabeza– operan entre los escombros del sistema político que dejó el terremoto electoral, pero las certezas son esquivas hasta que Milei encuentra el momento de decidir. A menudo al filo de un conflicto.

Una de las definiciones políticas más relevantes de la semana fue la postulación de Martín Menem para presidir la Cámara de Diputados. Milei lo decretó el jueves en una reunión de trasnoche con su gabinete en las sombras. “No quiero tener un quilombo con Macri”, dijo, según reconstruye un testigo de la conversación.

Macri pugnaba por acordar un esquema de gobernabilidad con base en el Congreso. Promovía a Cristian Ritondo para la presidencia de la Cámara baja. “No hay cogobierno”, fue su mantra desde el día 1. Francos –con aparente guiño de Milei– proponía a Florencio Randazzo, un peronista que por un lado abriera el juego de alianzas y por otro desmintiera la noción de que el presidente electo se arrojaba a los brazos del macrismo. La idea del “títere” es muy peligrosa después de la experiencia de Alberto Fernández, se oía en los pasillos del hotel Libertador, la caótica Casa Rosada de la transición.

El ruido con Macri se potenció cuando Milei convocó a Patricia Bullrich para ofrecerle el área de Seguridad. “No negociamos ministerios. Es una decisión personal”, repetían desde el entorno del expresidente. Bullrich hizo correr mensajes filosos: “Yo no me someto a Macri”.

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