31 de octubre de 2025

Convivir con otra inteligencia

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Cuenta el escritor Luis Pescetti que nacer y convivir vienen juntos. Que desde el momento en que llegamos al mundo, sin saber hablar, ya tenemos alguna intuición sobre cómo negociar con una madre o un hermano. Sobre cómo convivir. Con el tiempo hacemos extensivas estas intuiciones a todo tipo de vínculos, amistosos, laborales y familiares. Y también a los vínculos con perros, gatos, plantas. Más tarde con coches, cortadoras de césped, radios, televisiones. Y, más recientemente, con entes etéreos en forma de algoritmos. De algunas convivencias ni siquiera nos enteramos. Algunos viven toda la vida en un edificio sin saber quién vive al otro lado de la pared.

Pues bien, todos vivimos a centímetros de inteligencias que son mucho más intrusivas que un vecino silencioso. Y conviene presentarse. O, al menos, que nos las presenten. Porque la convivencia con la IA es un asunto del presente y no solo del futuro como suponemos: hace ya tiempo que muchos delegamos en las IA la elección del camino para ir de un lugar a otro, de la música que escuchamos o de la persona con quién saldremos un sábado por la noche.

Con el desarrollo de las IA generativas, su presencia será mucho más notoria y ubicua en nuestras vidas. Las reglas de convivencia son bastante elementales. Como decía Pescetti, nacemos con ellas. Convivir no siempre es sencillo e implica hacer concesiones y aceptar al otro con sus virtudes y sus defectos. Podemos pensar en esta nota la primera sesión de una terapia de pareja para nuestro flamante matrimonio cibernético, una guía para buscar algunas pautas que nos ayuden a construir un buen vínculo en el concubinato con la inteligencia artificial del que, de una forma u otra, todos seremos partícipes.

Nos enfocaremos principalmente en un vínculo que se ha vuelto un tema central de discusión estos días, el del ChatGPT. O, más generalmente, el de las inteligencias conversacionales, en las que tanto lo que nosotros le proponemos al algoritmo como lo que la red nos responde se expresa en palabras. Lo haremos con la intención de que la lógica pueda trasladarse a otro tipo de materiales y a otras herramientas, las que producen imágenes, o vídeos, o voces y tantas otras aplicaciones que seguramente se harán famosas en los años venideros. ¿Cómo convivir con esta nueva inteligencia?

La capacidad expresiva, los aciertos y los errores de una IA generativa no dependen solo de su estructura de cómputo, sino de cómo nos vinculamos con ella. Y esta relación admite matices muy variados. A veces, la ponemos espontáneamente en el lugar de un dios, por ejemplo, en algunos artículos soporíferos titulados: «La IA determina quién es el mejor jugador de la historia» o «La IA dice cuáles son los diez libros más importantes» en las que se le pide que llegue a conclusiones sobre temas que las personas no podemos resolver o consensuar. Otras veces, nos irritamos cuando falla y a la vez celebramos sus errores, como si la falla de la máquina exaltase el valor de lo humano. Esto es lo irónico: los que más demonizan a la IA lo hacen porque esperan, en cierta medida, que se comporte como un dios.

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