El final del ambiente como escollo para los negocios
A lo largo de la campaña electoral, cuando se expresaba el negacionismo del entonces candidato Javier Milei.
El negacionismo respecto de la existencia del cambio climático no respondía a un hipotético desafío intelectual sino a una postura ideológica: para el ahora presidente libertario todo aquello que se erija como obstáculo para la concreción de una actividad lucrativa debe ser removido. Si ese obstáculo lo supone la naturaleza, entonces debe ser sacrificada en dicho altar.
La primera medida simbólica de Milei respecto de la política ambiental la dio su organigrama: de Ministerio a Subsecretaría hay mucho más de dos escalones jerárquicos.
Luego, en su cuestionadísimo y anticonstitucional DNU y en el posterior proyecto de Ley Ómnibus, Milei expone negro sobre blanco su ideología ambiental: si hay que remover todo escollo para habilitar sin más condicionantes la actividad privada extractiva y productiva, la naturaleza debe ser arrasada en tanto se interprete como uno de esos obstáculos.
Para eso, se introducen cuatro cambios determinantes:
-Se deroga la Ley de Tierras por lo que el magnate Joe Lewis, quien se apropió del lago Escondido y desacató diversas condenas judiciales por privatizar de prepo un bien común.
-Se modifica la Ley de quemas, y se invierte insólitamente la carga de la prueba: un productor que elige el fuego como herramienta de labranza pide un permiso para quemar y si en treinta días la burocracia no se lo otorgó puede darse por autorizado y prender fuego sin restricciones.
-Se modifica la Ley de Bosques en dos aspectos clave: se desfinancia definitivamente la herramienta que tendía a disuadir la tentación de deforestar mediante la compensación para la promoción de otras actividades productivas comunes al bosque nativo, y se permite dar autorizaciones de desmonte en las áreas calificadas como “rojas”, en las que hasta hoy está absolutamente prohibido talar.
-Se modifica la Ley de Glaciares para consagrar un añejo anhelo de las corporaciones: el área periglaciar puede ser susceptible de actividad minera.
Milei pueda avanzar de este modo sobre dos leyes emblema (Glaciares y Bosques) porque su aplicación no fue la más exitosa y porque desde hace años está inconcluso el debate respecto de qué lugar ocupan los recursos naturales en el modelo de desarrollo de la Argentina. Hasta me atrevo a pensar que en silencio algunos sectores reconocen haber tenido una postura “ecológica” no por convicción sino por corrección política.
Por supuesto hay individuos u ONGs que puntualmente cuestionaron las posiciones negacionistas de Milei. Pero a diferencia de los economistas (que firmaron una carta abierta rechazando la dolarización), de los artistas (que pusieron su firma conjunta para condenar la propuesta de cierre del INCAA, entre otros atropellos a la cultura), o los científicos (que se pronunciaron colectivamente en contra de la desaparición del Conicet), no hubo manifestación sectorial del mundo ambientalista argentino ante la primera oportunidad en la historia en la que un candidato se expresa rotunda y violentamente en contra de toda política ambiental.
Lógicamente, hay que condenar la política de los atropellos, en general y, en este caso, contra la naturaleza en particular. Ya sabemos las consecuencias que provoca la laxitud en esta materia. Y ya sabemos a qué oscuridad nos conducen los atropellos.
